jueves, 7 de enero de 2010

Un sistema electoral diseñado para corroer las instituciones democráticas


En la pagina de Vota Inteligente aparece un muy buen articulo sobre los efectos perversos de nuestro sistema binominal, este articulo esta titulado Un sistema electoral diseñado para corroer las instituciones democráticas”. Este es el texto:

En la noche del día de la última elección, cuando el resultado de la elección en algunas circunscripciones y distritos era aún incierto, la senadora Evelyn Matthei se refirió al hecho de que Salvador Urrutia había accedido al Senado por la primera circunscripción como una demostración de que el sistema binominal “no excluye” a nadie “cuando se tienen los votos”. Al día siguiente, sin embargo, el resultado había variado y ese candidato había sido derrotado (pese a obtener el 28% de los votos, con la segunda mayoría regional). Si la victoria del candidato mostraba que el sistema binominal no excluye a nadie, ¿hemos de concluir que la derrota del candidato muestra que sí lo hace? La respuesta es en realidad obvia: ni lo uno ni lo otro. Es absurdo decir, como sostuvo la senadora, que el resultado de una elección particular en un distrito o circunscripción muestra algo fundamental acerca de un sistema electoral, en uno u otro sentido.

La objeción tradicional al sistema binominal es que sobre-representa a la derecha; pero ella es en sus propios términos incorrecta, porque no ha habido una sobre-representación mayor de la derecha que de la Concertación. Pero esto no quiere decir que la objeción esté completamente descaminada. La finalidad del sistema binominal siempre ha sido clara: la de asegurar a la derecha una representación parlamentaria superior a los 3/7 +1, de modo de poder tener veto para la aprobación de leyes de las denominadas “orgánicas constitucionales”. En cuanto a su finalidad política, el sistema binominal no puede ser analizado separadamente de las reglas de quórum de las leyes. Ambos (protegidos por el tribunal constitucional) configuran una democracia protegida mucho más insidiosa que la que inventó Jaime Guzmán; más insidiosa porque descansa en instituciones que reclaman (a diferencia de las de Guzmán) legitimidad democrática; el reclamo es falso, pero eso no ha impedido que muchos sean atraídos por su canto de sirena.

En su mejor versión, estas tres instituciones configuran un sistema de oligarquía ilustrada: “todo por el pueblo, sin el pueblo” (en su peor versión la primera parte de esta frase es omitida). Hoy esta crítica ha devenido un lugar común, y de hecho ha sido enarbolada por una candidatura que se construyó sólo sobre la base de lugares comunes. Pero el lugar común no ve las causas, ve los efectos: cree que el problema está en “estos cuatro señores”, los “políticos”, y su solución es simplemente que renuncien. Ver las causas es entender que, dadas esas tres instituciones (sistema binominal, leyes orgánicas constitucionales y tribunal constitucional), la política no puede ser distinta. El problema no son las personas, sino las instituciones. Las personas tienden a hacer lo que les resulta racionalmente adecuado hacer dado el contexto institucional en que deben actuar.

En lo que se refiere específicamente al sistema electoral, su contribución específica a la democracia protegida post-guzmaniana es reducir a la irrelevancia el resultado de las elecciones, con una o dos excepciones aquí o allá. Lo que es importante no se decide en la elección, sino en la negociación que antecede a la conformación de las listas. Supongo que el argumento será que no saber de antemano el resultado de las elecciones aumenta nuestro “riesgo-país”. Pero el precio que se paga es exorbitante: la corrosión de las instituciones de representación y decisión políticas, en particular del parlamento. La situación es tragicómica porque el deterioro notorio de esas instituciones ha devenido también un lugar común. Pero de nuevo, el lugar común no mira causas, mira efectos.

Si uno necesitara hacer una lista de las razones por las que el sistema binominal tiene un efecto tan corrosivo sobre las instituciones representativas, podría enumerar al menos las siguientes:

1. Porque impide la manifestación parlamentaria, salvo en el margen, de quienes no están en las coaliciones dominantes. Toda la desafección que se manifestó en la última elección presidencial quedó fuera del parlamento. Eso quiere decir que esa crítica no puede manifestarse institucionalmente, hasta la próxima elección presidencial. Como no puede hacerlo, esa crítica quedará flotando en el ambiente, y producirá un efecto generalizado de deslegitimación. Esto es institucionalmente suicida.

2. Porque da a los partidos políticos la posibilidad de decidir quién entra al parlamento y quién no. Tres diputados comunistas fueron elegidos esta vez, pero no fue porque el Partido Comunista esté experimentando un renacer electoral; su resultado no se apartó considerablemente de su tendencia histórica. Lo que cambió fue que la Concertación “los llevó” en su lista. Esos diputados (como todos los demás) no fueron elegidos por el pueblo, sino por los partidos. Es casi divertido que muchos de los que reclaman de “la clase política” y “los partidos” defiendan o no se refieran en su crítica al sistema binominal. Es el sistema binominal el que da un poder desmesurado a las directivas de los partidos, un poder tan grande que está a su vez destruyendo a los propios partidos. En efecto, el lugar común (que ve el poder que tienen los partidos, no sus causas) reacciona ante esto con una solución carente de sentido: exigir que los partidos nombren a sus candidatos por primarias, para reducir el poder de “las cúpulas”. Esta es una típica solución apresurada, que se defiende sin pensarla dos veces porque es atractiva para “la gente” (aquí “gente” no quiere decir “pueblo” quiere decir “tele-espectador” y no de “Estado Nacional”, sino de “Yingo” o “Pelotón”). Lo que es absurdo no es el diagnóstico, que es correcto, sino la solución.

En efecto, la demanda por primarias quiere devolver al pueblo la decisión sobre quién va o no al parlamento, ante el hecho de que hoy esa decisión le ha sido expropiada. Pero la manera en que quiere lograrlo es incomprensible: en vez de hacer relevante la elección, modificando el sistema binominal, para que diputados y senadores sean elegidos por el pueblo y no designados por “las cúpulas”, quiere inventar una elección anterior. Las primarias no van a producir el efecto que buscan, porque es evidente que las primarias son mucho más fáciles de manipular que una elección general (si se trata de primarias la pregunta de Stalin tendría que ser ligeramente corregida: “¿Cuántas micros y caudillos locales tiene el papa?”). Pero además de no lograr el fin que buscan, las primarias tienen un efecto perverso: privan a los partidos de la decisión de quién representa mejor sus programas o agenda. Quitarles ese control es acabar con la idea de partidos políticos. Pero hoy está de moda esta idea, que elimina de facto a los partidos políticos y deja en pie la causa. Todo un monumento a la irracionalidad.

3. Porque tiene una tendencia interna al empate, a producir un parlamento “colgado”. La situación en que dos fuerzas controlan la mayoría de una o ambas cámaras pero cada una no alcanza a la mayoría, de modo que con un puñado de parlamentarios una tercera fuerza puede alcanzar una relevancia política mucho mayor que su representación, puede producirse bajo cualquier sistema. Pero es importante notar que ella es en principio un problema, no una situación normal. No bajo el sistema binominal: él hace probable (cuando ninguna de las dos fuerzas principales sobrepasa abrumadoramente a la otra) que las dos fuerzas principales resulten prácticamente empatadas, obteniendo un representante en cada distrito o circunscripción, con la excepción de algunos en los cuales fuerzas locales son capaces de obtener el triunfo. Esos pocos parlamentarios regionales o marginales se transforman entonces en la clave, y pueden obtener para los electores de su circunscripción ventajas a cambio de sus votos (como lo hizo un senador por Punta Arenas cuando debió aprobarse un proyecto de ley de financiamiento del Transantiago). Esto es un caldo de cultivo del caudillismo.

En definitiva, si uno quisiera inventar un sistema electoral para producir deslegitimación progresiva del parlamento, la respuesta sería el binominal.

No hay comentarios.: