miércoles, 3 de noviembre de 2010

Educar la esperanza, educar la esperanza, educar la esperanza…


No soy un esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e histórico. Esto no quiere decir, sin embargo, que porque soy esperanzado atribuya a mi esperanza el poder de transformar la realidad, y convencido de eso me lance al embate sin tomar en consideración los datos concretos, materiales, afirmando que con mi esperanza basta. Mi esperanza es necesaria pero no suficiente. Ella sola no gana la lucha, pero sin ella la lucha flaquea y titubea. Necesitamos la esperanza crítica como el pez necesita el agua incontaminada.

La esperanza necesita anclarse en la práctica. Sin un mínimo de esperanza no podemos siquiera comenzar el embate, pero sin el embate la esperanza se desordena, se tuerce y se convierte en desesperanza que a veces se alarga en trágica desesperación. Desesperanza y desesperación, consecuencia y razón de ser de la inacción o del inmovilismo. En las situaciones límite, a veces perceptible, a veces no, se encuentran razones de ser para ambas posiciones: la esperanzada y desesperanzada. Entonces podemos descubrir las posibilidades –cualesquiera que sean los obstáculos- para la esperanza, sin la cual poco podemos hacer porque dificilmente luchamos, y cuando lo hacemos como desesperanzado o desesperados es la nuestra una lucha suicida, un cuerpo a cuerpo puramente vengativo.

De ahí que sea necesario educar la esperanza.

Fragmentos del libro “Pedagogía de la esperanza” de Paulo Freire

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